A comienzos del siglo XXI, cuentan las crónicas que hubo un concejal siniestro que se caracterizaba por vagar en las frías noches de invierno por las calles, plazas y parques de Catarroja.
Con un atuendo sobrio y sombrío se dedicaba a mirar con recelo cómo los niños jugaban en las fuentes, cómo los abuelitos disfrutaban enseñando a sus nietos dónde se escondía el parotet y cómo se agazapaba Croqui, el cocodrilo, para avalanzarse rápida y letalmente sobre los niños incautos que osaban adentrarse en su territorio.
En alguna ocasión se le vio mirar de reojo al célebre músico local D. José Manuel Izquierdo, al cual odiaba por su cara de satisfacción cuando escuchaba extasiado el murmullo del agua del estanque en el que le habían colocado.
Lleno de odio y de desprecio por la felicidad que aquellos pequeños estanques llenos de vida ofrecían gratuitamente a sus conciudadanos, maquinó desde su lóbrega concejalía situada en el sótano más profundo del edificio del ayuntamiento una venganza total e irreversible. Un desquite que no podría ser reparado.
Y así, con alevosía y premeditación, ordenó soterrar el estanque del parque del Secanet, justificando de paso el nombre del parque. Muerto el perro, se acabó la rabia.
El siguiente objetivo de tan rencoroso personaje fue D. José Manuel Izquierdo. Quien antes derramaba lágrimas de emoción embelesado en el ritmo y compás armónico de los borbotones de agua fresca que saciaban sus oídos y los de los viandantes, ahora seguía derramando más lágrimas por estar día y noche rodeado de cebollas.
Poco le faltó para acabar también con el estanque de la plaza del ayuntamiento si no hubiera sido porque perdió las elecciones su partido. Afortunadamente, del mismo modo que un reloj estropeado da al menos dos veces la hora bien cada día, la nueva alcaldía consiguió, in extremis, salvar el estanque y fuente de la plaza. Eso sí, habiendo corrido en el ínterin grave riesgo de infección por tétanos tanto de niños como de ciudadanía en general.
No se pudo decir lo mismo del bosque que recorría todo el Camí Real desde Albal hasta Massanassa. Frondosos árboles que remediaban el calor en verano y dejaban pasar el sol en invierno fueron talados de raíz y sustituidos por raquíticos árboles cuya sombra era superada por la de los viandantes.
Pero en su insaciable obsesión por enterrarlo todo, no sólo se limitó a los cambios anteriores, sino que además, aprovechando que la ciudadanía estaba conmocionada por el atentado ecológico, aprovechó para enterrar más árboles en el Camí Real, en su personal lucha contra el color verde, que siempre sustituye por el gris piedra o el marrón rojizo arcilla.
Y no nos podemos olvidar de la torre de luz que antaño iluminaba la plaza del ayuntamiento y que tras su "resignificación", fiel a la ética y a la estética de Jack, ha quedado convertida en una estructura negra y sin luz. Bienvenida sea al lado oscuro de su fuerza. Manolito acorde con la estética dada a la plaza del Funeral de Catarroja, muy al gusto de nuestro concejal.
Tras los éxitos cosechados empleando como patrón estético la plaza del FuNeral, Jack, en su obsesión personal por sepultar cualquier atisbo de vida, sea vegetal o animal; no dudó en sepultar también el seto del parque de la plaza del FuMeral mediante losas funerarias del más exquisito gusto mortuorio.
Y al ahorrar también mantenimiento, resultaría más sostenible, entiendo que no para el medio ambiente que dejaría de generar bastantes litros de oxígeno al día; sin contar con las toneladas de CO2 consumidas en la fabricación de las lápidas, su transporte y colocación.
Pero ¡cuidado!, que esto es sólo el comienzo, porque van más modificaciones detrás. Estaremos atentos a sus ocurrencias.
Su obsesión por lo oscuro se manifestó también en la ausencia de iluminación en un recóndito y apestado descampado; el cual ofreció vengativamente como aqua-parking a los vehículos expulsados del centro urbano fruto de su obsesiva y compulsiva peatonalización de las calles de Catarroja. Era su personal cruzada contra los coches, que tanto odiaba y a los que arrojó, junto con sus conductores, a la inseguridad nocturna, fuera del término de Catarroja.
Dicen los lugareños, que años después de todo aquello, en las lúgubres y frías noches de invierno, si prestas atención, todavía puedes escuchar las risotadas de Jack Martin, el enterrador; que a modo de Grinch resentido, libera en mitad de la madrugada desde su guarida, esté donde esté.
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